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[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 10): El país de los kenders, de Mary Kirchoff



La segunda entrega de esta primera trilogía de Preludios de la Dragonlance tiene como personaje central a Tasslehoff Burfoot, el inefable kender, y eso conlleva ciertas expectativas. El lector habitual de la saga espera que un libro protagonizado por su personaje más divertido y dinámico sea un carrusel de aventuras disparatadas y bromas ocurrentes, pero por desgracia el humor no es el punto fuerte de El país de los kenders (titulado Kendermore en su edición original). Quizá esto se deba en gran parte a que su sentido del humor ha envejecido bastante mal, como comentaré más adelante, pero eso no lo convierte en un mal libro. Más bien al contrario, ya que se trata de una entrega bastante sólida firmada por una autora de demostrada solvencia tanto en la narrativa fantástica en general como en la Dragonlance en particular. Creo que el problema no está en la narrativa en sí, sino en el tono del relato. Oscilando entre una comedia que ya no resulta especialmente graciosa y la típica aventura épica tan frecuente en este género, el tono de esta historia acaba situándose en una peligrosa tierra de nadie en la que todo resulta algo anodino. En efecto, ni las bromas ni los segmentos de acción logran destacar de forma notable. Nos encontramos, por tanto, ante uno de esos libros que entraría sin problemas dentro de la categoría que solemos denominar "del montón": aquellos que no son especialmente malos... pero tampoco especialmente buenos.

Lo curioso es que, por su planteamiento inicial y por los elementos que forman parte de su trama, El País de los Kenders tenía potencial más que suficiente para haberse convertido en una obra destacada dentro de su saga. Quizá su autora, Mary Kirchoff (responsable de El incorregible Tas, un volumen ya reseñado en esta serie de entradas, así como de otros libros de la Dragonlance aún por reseñar como Flint, rey de los gullys o El ala negra), estaba algo verde en el momento de abordar su escritura o quizá los editores fuesen algo laxos con su manuscrito cuando aún necesitaba algo más de pulido. Hablamos de un libro de fantasía juvenil publicado en 1989, después de todo, por lo que no me sorprendería descubrir que su supervisión editorial fue más bien escasa. Ciertos detalles de la obra me hacen creerlo, ya que contiene algunas inconsistencias con la propia mitología de la Dragonlance que un editor cuidadoso no habría pasado por alto. Por ejemplo, uno de los personajes que tiene cierta relevancia en el argumento se describe como semiorco en varias ocasiones, aunque no existen los orcos en Krynn, el mundo de la Dragonlance (existen los goblins y los ogros, entre otras muchas razas de seres malignos, pero no los orcos). Insisto una vez más en que no me parece un mal libro, pero con sus mimbres se podría haber armado una propuesta mucho más estimulante.

El País de los Kenders arranca poco después de la despedida de los compañeros en la posada El Último Hogar. Kitiara y Sturm se han marchado para vivir su aventura lunar (tal y como vimos en el comentario de El guardián de Lunitari), mientras que los gemelos Raistlin y Caramon han tomado el camino que les llevará hasta la Torre de la Alta Hechicería, donde se celebrará la Prueba que determinará el rumbo de sus vidas durante los años siguientes. En la idílica ciudad de Solace sólo quedan Tanis, Flint y Tasslehoff, algo más reticentes a ponerse en marcha. Sin embargo, al igual que sus amigos, tienen sus propios motivos para lanzarse a la aventura y pronto abandonarán las comodidades de su residencia para recorrer el mundo. Tas baraja la posibilidad de regresar a su tierra natal de Kendermore para visitar a su familia, de la que no sabe nada desde que entró en el periodo de "ansia viajera" que afecta a todos los kenders y los lleva a dispersarse por los caminos, pero no le gusta la idea de separarse del gruñón Flint. El enano, en cambio, no tendría problema alguno en perder de vista al kender hasta el prometido momento del reencuentro cinco años después en esa misma posada.

No obstante, nuestro protagonista se va a ver obligado a abandonar Solace antes de lo previsto. La aparición de una extravagante enana llamada Gisella, que ha sido contratada para llevar a Tas de vuelta a Kendermore, desvela que el joven kender está siendo reclamado en su ciudad por haberse saltado su compromiso de matrimonio, establecido por su familia cuando él no era más que un niño. Para asegurar su regreso, su tío favorito, Tío Saltatrampas, ha sido encarcelado en Kendermore y sólo será liberado cuando Tas aparezca para contraer matrimonio. De esta forma, Tasslehoff comienza su viaje hacia el país de los kenders que menciona el título, escoltado por Gisella y por el joven asistente de la enana, un muchacho humano llamado Woodrow. Para ganar tiempo, el grupo decide tomar un atajo siguiendo uno de los muchos mapas de Tas... sin tener en cuenta que se trata de un mapa anterior al Cataclismo que modificó la superficie de Krynn varios siglos atrás. Por tanto, se encontrarán con obstáculos inesperados, tales como un océano que no debería estar ahí.

Paralelamente, las cosas empiezan a complicarse en Kendermore. La prometida de Tas, cansada de esperar, ha abandonado la ciudad y como consecuencia el matrimonio se ha suspendido, aunque Tas aún no ha sido informado de tal circunstancia. Por su parte, Tío Saltatrampas ha salido de su confinamiento y se ha encontrado con un timador de poca monta llamado Phineas, uno de los pocos humanos que viven entre los kenders. Phineas descubre que Saltatrampas dispone de un fragmento de un viejo mapa del tesoro, pero la mitad en la que se indica la localización exacta está en poder de su sobrino. Para asegurar el regreso de Tasslehoff con el fin de apoderarse de la otra porción del mapa, Phineas propone a Saltatrampas que abandonen Kendermore para buscar a la prometida de Tas. De esta forma, la boda podrá celebrarse, Tas acudirá y él podrá descubrir dónde se encuentra el tesoro. Sin que ellos lo sepan, un mercenario llamado Denzil (el imposible semiorco antes mencionado) también ha descubierto la existencia del mapa y se dirige al encuentro con Tas por su cuenta.


Así se pone en marcha una historia de enredos, malentendidos y desventuras que por desgracia no es tan hilarante como parece. El tipo de humor que propone el libro se basa en parte en la desgracia ajena, es decir, hablamos de un tipo de humor construido a costa de los personajes. Las bromas y chanzas se hacen en especial a costa de la desgracia de Phineas, que no tiene ni idea del lío en el que se está metiendo. Pese a que sabemos que se trata de un timador y un caradura, el pobre lo pasa tan mal que acaba dando más pena que risa. Quiero ver en esto un lección sobre las consecuencias de la avaricia, pero no estoy seguro de que el libro pretenda transmitirla.

Por otro lado, otra de las fuentes de humor es la desinhibida sexualidad del personaje de Gisella; sin duda el punto que peor ha envejecido del conjunto. Aunque presentar a un personaje femenino que vive su sexualidad sin tabúes ni complejos no es nada nuevo en la Dragonlance (Kitiara sería el ejemplo más claro), la forma en la que se lleva a cabo en estas páginas no me parece la más apropiada. Las insinuaciones de la extravagante enana despiden cierto tufillo machista que seguramente me pasó desapercibido cuando compré este libro veinte años atrás, pero que hoy en día me resultan poco apropiadas. Quisiera aclarar que la broma no reside en el hecho de que Gisella sea muy activa sexualmente, lo cual no tiene nada de malo, sino en su raza. Que una enana vaya por ahí tirándole los trastos al resto de personajes, causándoles gran incomodidad en el proceso, es lo que aquí se presenta como algo divertido. En mi caso, este recurso, más que resultarme gracioso, me hace sentir cierta incomodidad. Hace veinte años seguro que me resultaba hilarante, pero a día de hoy no. En otra ocasión hablaremos sobre la perpetuación de estereotipos sexistas poco respetuosos, ya que es un tema que se escapa de los objetivos de esta entrada.

Lo que es cierto es que hubiese preferido un humor de situación, provocado por las acciones de los personajes y por sus peripecias, en lugar del que propone la autora a base de machacar a Phineas y humillar a Gisella (o hacer que Gisella humille a otros personajes). Ni siquiera el vistazo que se ofrece a la sociedad de los kenders llega a resultar tan divertido como debería, pues Kendermore se describe como un lugar totalmente caótico e incluso hostil. Puede que los kenders sean unos hombrecillos impulsivos y caprichosos con una marcada tendencia a apoderarse de las posesiones ajenas, pero no creo que puedan llegar a resultar hostiles. Caóticos y alocados sí, pero no hostiles: los kenders no conciben la idea del Mal ni actúan movidos por el deseo de dañar a otros. Por eso me cuesta aceptar la descripción que se ofrece aquí de Kendermore, donde sus habitantes tienen bastante mala baba y son más violentos de lo que se espera de un miembro de su raza. De hecho, en lugar de parecerme hilarante, la parte de la narración situada en la ciudad de los kenders me resulta incluso un tanto estresante.

Sin embargo, aunque su vertiente humorística quede algo floja, el libro ofrece algunas ideas interesantes. Quisiera destacar el episodio de los gnomos por el uso tan original e infrecuente que se hace de estos personajillos. Los gnomos de la Dragonlance son conocidos tanto por su interés en materias científicas como por su torpeza a la hora de ponerlas en práctica, por lo que con frecuencia se utilizan como recursos cómicos para darle vidilla al argumento. Dado que por lo general son criaturas afables y bonachonas rara vez se emplean como villanos o antagonistas, pero eso es más o menos lo que nos encontramos en este libro, donde unos hermanos gnomos están tratando de elaborar una colección completa con ejemplares disecados de todas las especies de Krynn, desde mariposas hasta humanos y kenders. Obviamente, Tas será candidato a convertirse en espécimen de la colección en un momento dado, durante un par de capítulos que también sirven para realizar los guiños de rigor que no pueden faltar en ningún libro de la saga. A lo largo de los muchos volúmenes de la Dragonlance, Tasslehoff menciona con frecuencia una aventura en la que montó en un carrusel que cobró vida propia y le llevó por los aires. También son habituales sus referencias al momento en el que conoció al último ejemplar de mamut lanudo, con quien entabló amistad. Pues bien, esa aventura del carrusel y el mamut es la que se desarrolla aquí durante el incidente de los gnomos. Se trata de una aventura poco convencional, pero muy curiosa.

Un mérito que se le puede conceder al trabajo de la autora en este volumen es su capacidad para descolocar al lector. Si bien el principio es bastante predecible y manido hasta cierto punto, la conclusión de la historia nos lleva por derroteros inesperados. La estructura de El país de los kenders se compone de dos narraciones que avanzan de forma paralela (las de Tas, Gisella y Woodrow por un lado y la de Phineas y Saltatrampas por otro), pero ambas tramas se entrelazan hacia el final con abundantes dosis de surrealismo. No en vano, en los últimos capítulos nos encontramos a un grupo de kenders obesos que viven en una ciudad mágica cuyas calles y edificios están hechas de dulces. Irónicamente, la incursión en dicha ciudad pone en peligro la totalidad de Krynn al ofrecerle a Takhisis, la Reina de la Oscuridad, una oportunidad para acceder al plano material. Para sorpresa del lector, la maligna diosa acaba estando relacionada con las andanzas de Tas en esta historia, lo cual era algo casi imposible de prever. Puede que este sea uno de los puntos fuertes del libro, que guarda sus mejores cartas para el final.

Por todo lo mencionado, el balance global queda equilibrado entre los aspectos negativos y los positivos. Las originales sorpresas del último tercio compensan el tono fallido y las bromas que no resultan graciosas, haciendo que merezca la pena llegar hasta el final. Es más, aunque mi principal queja radica en que el sentido del humor de El país de los kenders no es tan divertido como debería, el libro se cierra con una broma estupenda que se había ido construyendo con lentitud casi desde el mismísimo principio. Hay bastantes aspectos criticables, tales como la actuación casi fuera de personaje de Flint y Tanis cuando descubren el forzado compromiso de matrimonio de Tas, el uso que se hace de la sexualidad de Gisella o la imagen poco halagüeña que se ofrece de Kendermore, pero quedan anulados por los aciertos del tramo final del libro. Me resisto a considerar que el balance final es positivo, eso sí, pero no tengo problema en considerarlo al menos neutro. Es un libro del montón, como decía al principio, ni especialmente malo ni especialmente bueno. Los aficionados a la saga lo encontrarán interesante por la presencia de Saltatrampas, el excéntrico tío de Tasslehoff y toda una figura mítica dentro del folclore de los kenders, pero los que busquen una historia verdaderamente graciosa y entretenida con Tas como protagonista harán mejor en echarle un vistazo a El incorregible Tas.

El siguiente libro a comentar, con el que se cierra la primera trilogía de Preludios, se titula Los hermanos Majere y está centrado en Raistlin y Caramon. Quizá sea la mejor entrega de la trilogía o, al menos, aquella de la que guardo mejor recuerdo. En la próxima entrada veremos si la relectura confirma lo que indica mi memoria.

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