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[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 6): "El Código y la Medida"

La narrativa fantástica constituye una importante vía de escapismo, en especial durante los años de infancia y juventud en los que tan importante es ejercitar los músculos de nuestra imaginación y explorar nuestro mundo interior. En efecto, las fantasías ajenas enriquecen las nuestras y ayudan a que tomen forma, se desarrollen y se independicen hasta adoptar un carácter único. En cierta forma nos permiten experimentar situaciones imposibles en nuestra vida cotidiana, explorando así facetas de nuestro ser que quizá no podamos explorar de otro modo. Leyendo un libro de la Dragonlance, por ejemplo, puedes fantasear con la idea de convertirte en un taimado y manipulador mago, en un despreocupado y alegre kender o en un curtido y despiadado mercenario. También tienes la opción de verte encarnado en un caballero de brillante armadura que obedece con ciega lealtad los preceptos de su orden de caballería, aunque ya desde niño dicha posibilidad me pareciera la más aburrida. Cuando me adentré en esta saga por primera vez hace ya muchos años buscaba la emoción del puro escapismo y por eso me vi atraído con rapidez hacia los personajes completamente opuestos a mí. Fantaseaba con tener la convicción de Raistlin, la picaresca de Tasslehoff o la independencia de Kitiara. En cambio, detesté desde el principio a Sturm Brightblade, el taciturno aspirante a caballero que regía su vida por unas leyes tan antiguas como anticuadas. Me parecía un personaje soso y aburrido que fastidiaba mis idílicas sesiones de fantasía con su personalidad apagada, su incapacidad para reconocer sus errores y su obcecada fijación en unas reglas que ni siquiera él mismo comprendía. En su momento no me di cuenta de que la razón por la que el pobre Sturm no me caía bien era porque se parecía demasiado a mí mismo. Después de todo, a nadie le gusta mirarse en el espejo y encontrar que la imagen que le devuelve está muy alejada de sus fantasías. Cuando deseas con todas tus fuerzas ser Raistlin, Tasslehoff o Kitiara, verte reflejado en Sturm supone una severa bofetada.

Ahora, muchos años después de que conociese al joven aspirante a caballero por primera vez, me he puesto a reflexionar de nuevo sobre este personaje al abordar un libro protagonizado por él en esta relectura nostálgica de la Dragonlance que estoy llevando a cabo. Titulado El Código y la Medida (The Oath and the Measure en el original, en uno de esos raros casos en los que la adaptación al castellano respetó el título en inglés), este cuarto volumen de Los Compañeros de la Dragonlance me parece un libro irregular y extraño: su propuesta inicial resulta inesperada y fresca, pero algunas decisiones narrativas cuestionables acaban lastrando el conjunto. No obstante, creo que ofrece una visión muy interesante de su protagonista, en el que se atisba el potencial oculto bajo la rigidez caballeresca y el respeto casi fanático hacia la tradición. En cierto modo, este libro es una tragedia; una tragedia sobre la oportunidad perdida de elegir un camino distinto y escapar del pasado, del peso de la herencia y de la tiranía de las tradiciones. Independientemente de la calidad del libro, su mayor logro consiste en arrojar nueva luz sobre Sturm y, por tanto, en invitar a establecer nuevas valoraciones y juicios sobre él. Aunque impulsada por la nostalgia, este relectura está siendo mucho más cerebral y analítica de lo que yo mismo esperaba, hasta el punto de que me está permitiendo desarrollar nuevos puntos de vista sobre este personaje, que antaño me pareció el más insulso de entre todos los protagonistas de la Dragonlance.

El libro fue publicado allá por 1992 y lo escribió Michael Williams, un autor responsable de otros títulos de la saga y también de algunas obras de producción más personal aunque menos conocidas. Ambientado en la juventud de Sturm y situado bastantes años antes del comienzo de las Crónicas de la Dragonlance, esta precuela nos narra el extraño episodio del primer viaje del muchacho a su tierra natal de Solamnia tras muchos años de exilio. En una época en la que los campesinos se habían vuelto contra la orden de caballeros, a los que erróneamente consideraban responsables de las calamidades que asolaban el mundo, el castillo Brightblade fue puesto bajo asedio y tanto el niño Sturm como su madre tuvieron que huir del lugar. Su padre, el Caballero de Solamnia Angriff Brightblade, quedó atrás y nunca más se volvió a saber de él, dejando en su retoño el permanente deseo de seguir sus pasos y honrar así su sacrificio. Después de pasar  años criándose en la lejana ciudad de Solace, Sturm al fin regresa a su país y se presenta ante la Orden de Caballeros de Solamnia con la esperanza de ser admitido en el futuro. Inesperadamente, la aparición de un curioso personaje llamado Vertumnus durante una celebración de los caballeros causa un gran alboroto. Vertumnus posee una magia salvaje relacionada con el bosque y la música, conjura ilusiones y parece saber mucho sobre los caballeros y sobre sus secretos. Es más, incluso parece saber la verdad sobre lo sucedido a Angriff Brightblade tiempo atrás. Alterado por la mención a su padre, Sturm se enfrenta al desconocido y le desafía a un duelo. Comprometido entonces por su honor y su adherencia al Código y la Medida, las antiguas reglas que rigen a la Orden, nuestro protagonista tendrá que recorrer Solamnia hasta llegar a los dominio de Vertumnus en el Bosque Sombrío, con el fin de concluir su combate con el mágico ser el primer día de primavera. De esta forma, el joven se equipa con espada y armadura y viaja por las tierras que podrían haber sido su hogar, encontrándose por el camino con los más inesperados compañeros de viaje: una elfa protestona, una miedosa araña gigante y un burlón jardinero que parece mejor capacitado para la aventura que cualquier caballero.

Lo primero que llama la atención de El Cógido y la Medida es la naturaleza de su antagonista, si es que puede considerarse como tal. Vertumnus, también llamado Lord Silvestre o simplemente Hombre Verde, no es el típico villano de la saga. No se trata de un mago malvado ni de una criatura consagrada a los dioses de la oscuridad, sino más bien de un ser de los bosques que no rinde cuentas a nadie y actúa siguiendo sus propias motivaciones. Esto supone un cambio refrescante tras los libros anteriores de Los Compañeros de la Dragonlance, en los que el papel del villano venía siendo interpretado por los habituales hechiceros corruptos. Sin embargo, este personaje se aborda de una manera tan críptica que cuesta entender los motivos que le llevan a inmiscuirse en los asuntos de los caballeros. Si bien es cierto que hacia el final del libro se nos ofrece una información que sirve para conectar a Vertumnus tanto con la Orden de Caballeros de Solamnia como con el padre de Sturm, la explicación se me antoja escasa como para justificar sus acciones. Dicho de otra forma, aunque pueda entender los objetivos que desea conseguir este hombre estrafalario, la manera de llevarlos a cabo me parece algo fuera de lugar, demasiado ambigua y carente de lógica. El hecho de que la corte de personajes que acompaña a Vertumnus (una pareja de dríades, una druida y su hijo) se presente de la misma forma críptica y ambigua no ayuda a entender a este grupo tan particular. Creo que la intención del autor es transmitir que, al tratarse de seres de los bosques, obedecen unas reglas propias muy alejadas de los mecanismos habituales que rigen al resto de personajes, que pese a vivir en un mundo de fantasía se rigen más o menos por los mismos principios que nosotros, los lectores. No obstante, falla al darle coherencia interna a esas reglas particulares del bosque, que parecen azarosas y sin sentido.

El tono del libro también merece ser analizado por el contraste que se establece entre la primera mitad y la segunda. Este volumen tiene mucho de comedia negra durante sus primeros compases, aunque luego deriva hacia un aire de melancolía y tristeza. Desde luego, el serio y taciturno Sturm parecía el personaje menos apropiado para una aproximación cómica y puede que por eso la primera mitad funcione tan bien. El viaje de nuestro protagonista sigue la célebre ley de Murphy, que determina que si algo puede salir mal probablemente saldrá mal. Atrapado por un tecnicismo del Cógido y la Medida solámnicos, Sturm se ve obligado a viajar hasta el Bosque Sombrío y todo le sale mal durante el viaje: se queda encerrado en las ruinas de un castillo, su espada se rompe, su caballo pierde una herradura, intenta rescatar a una elfa a la que cree en peligro y acaba siendo reprendido por ella... todo ello mientras se le agota el tiempo para llegar a su destino antes del primer día de primavera. El aprendiz de caballero termina viajando con Mara, la elfa que en verdad no necesitaba ser rescatada, Cyren, la araña gigante que en realidad no estaba atacando a la elfa, y Jack Derry, un aparentemente simple jardinero que para su sorpresa resulta ser más astuto y mejor espadachín que él. De esta forma, el escritor subvierte las expectativas del lector, que quizá esperaba una heroica aventura caballeresca en la que el protagonista demostrase su valía. Lo que se acaba encontrando es, desde luego, bastante distinto.

La visión que se ofrece aquí sobre los Caballeros de Solamnia no es nada halagüeña, de hecho. En este momento de la cronología la Orden está muy lejos de sus días de gloria, pero el autor se empeña en mostrarnos su peor cara. Aquí vemos a unos caballeros desconectados de la realidad de su país y atrincherados en sus vetustas fortalezas mientras rememoran un pasado que ya sólo les importa a ellos. Para el autor, el Código y la Medida son pesadas anclas que mantienen a la Orden en una posición de estatismo y, lo que es peor, permiten que los caballeros menos honrados se amparen en esos viejos principios para justificar sus fechorías. Resulta impactante que alguien desee ingresar en semejante grupo, sobre todo después de comprobar que la mayoría de los aspirantes son jóvenes procedentes de familias nobles y ricas que no tienen ningún respeto por sus compañeros y que desconocen el significado de la palabra honor más allá de los viejos preceptos que aseguran defender. Pese a que aún queda algún viejo caballero con fuertes creencias (el hombre de Gunthar Uth Wistan le resultará familiar a los lectores de las Crónicas), la Orden en sí parece agostada y caduca. Las acciones de Vertumnus, por cierto, parecen más enfocadas a liberar a los caballeros de su errónea visión que a atacar a la propia Orden. Es fácil empatizar con un objetivo así.


Toda esta aventura de Sturm parece destinada a abrirle los ojos al muchacho respecto a la institución de la que quiere formar parte. Su viaje por Solamnia le lleva a rememorar la historia de su familia e incluso a encontrarse con el fantasma de uno de sus antepasados, que está bastante lejos de la idílica imagen caballeresca que el joven aspirante había dibujado en su mente. Su peripecia también le lleva a conocer las circunstancias en las que desapareció su padre y a destapar la traición urdida por uno de sus compañeros caballeros. El mismo traidor se encarga de conspirar contra Sturm, emplazando varias trampas en su camino y contratando a mercenarios y asesinos para que acaben con él antes de que llegue al Bosque Sombrío. Aún así, nuestro protagonista sigue empeñado en ser Caballero de Solamnia. De ahí que la segunda mitad del libro resulte tan amarga: el muchacho tiene la oportunidad de renunciar a esa vida y buscar otro camino, pero a pesar de todo decide continuar con su empeño de ser caballero. Eso es lo que en última instancia le conduce hasta su trágico final en las Crónicas, aunque ya hablaremos de eso en su momento.

Por todo la anterior, el gran conflicto que se presenta en este libro tiene poco que ver con un duelo de espadas con un hombre mágico de los bosques y mucho con el dilema interior de un personaje que se debate entre honrar el legado de su familia o dejarlo todo atrás y conformarse con ser un simple granjero en una ciudad remota. Lo irónico es que en gran medida Sturm quiere ser caballero para seguir los pasos de su padre, pero lo que se nos cuenta aquí sobre Angriff Brightblade nos hace pensar que se trataba de un caballero que había empezado a distanciarse del Código y la Medida. Era una voz disonante dentro de su Orden y algunos incluso habían empezado a percibirlo como una amenaza, por lo que adherirse con ciega firmeza a los principios de la Orden no parece la mejor manera de honrar su memoria ni mucho menos.

Pero una cosa es el conflicto interno del personaje y otra es la trama. La una es el vehículo para el otro y normalmente ambos están fuertemente relacionados, de tal manera que la conclusión de la trama suele suponer también la resolución del conflicto. No es el caso en esta ocasión, ya que me ha parecido que la trama que se presenta y el conflicto de Sturm estaban un tanto desconectados. Por momentos la presencia del aprendiz de caballero en el argumento incluso parece testimonial, ya que su influencia en los acontecimientos es casi nula y sus acciones no parecen tener un peso real. Finalmente tiene su duelo contra Vertumnus, sí, y se le ofrece la elección de continuar con la Orden o aceptar un nuevo camino, pero luego la trama continúa sin que Sturm tenga ningún papel destacado. De hecho, el argumento sobre el traidor se resuelve en un epílogo narrado por el propio Sturm, a quien a su vez le han relatado los acontecimientos, lo cual me parece una decisión narrativa cuestionable. A los lectores nos gusta que los protagonistas tengan una participación activa en los acontecimientos de la historia, de forma que ésta suponga algún impacto para ellos y les haga evolucionar como personajes. En este caso no tengo claro que los eventos en los que participa, con frecuencia obtusos y cargados de ilusiones y metáforas propias de los seres del bosque, hagan que Sturm crezca como personaje. Al final es como si todo hubiese sido un extraño sueño que se olvida al despertar, sin dejar huella alguna en él

Otra cuestión discutible respecto a la narrativa tiene que ver con los personajes secundarios del peculiar grupo que acompaña a Sturm en su viaje. La elfa y la araña gigante tienen un trasfondo bastante curioso, pero hacia el final se produce en ellos un giro inesperado que no me parece oportuno ni bien aprovechado. Aunque perseguía la sorpresa, creo que el autor acaba restándole buena parte del interés a estos personajes y volviéndolos anodinos con esa decisión. Aunque su participación en la primera parte del libro es muy agradecida y da lugar a varios momentos divertidos, la manera en la que concluye su participación en esta historia me ha parecido insatisfactoria. Otro tanto podría añadirse del jardinero, Jack Derry, cuyas misteriosas habilidades acaban explicándose con otra de esas sorpresas que no consiguen más que hacer que el lector levante una ceja con suspicacia. Tanto en el caso de Jack como en el de los dos anteriores, el escritor complica innecesariamente a unos personajes al querer rizar el rizo de su ya compleja historia. A veces la respuesta más sencilla es también la más efectiva y a este libro, que hacia el final pierde un poco el norte con tanto discurso ambiguo, tanta ilusión y tanta magia del bosque, le habrían venido bien algunas verdades sencillas a las que poder aferrarse.

Finalmente, un último aspecto a criticar tiene que ver con su naturaleza como precuela. Esto es algo que ya he comentado en varias ocasiones, afirmando que no soy ningún extremista de la corrección cronológica, pero creo que hay un límite que debería ser respetado: en ningún libro ambientado en la época previa a las Crónicas deberían aparecer dragones o draconianos. En esta caso aparecen ambas criaturas y eso me parece forzar demasiado la cronología. La aparición del dragón está amparada por la bruma y la confusión, por lo que el protagonista no llega a conocer con claridad el tipo de enemigo con el que se ha encontrado. En cambio, sí llega a encontrarse con un grupo de draconianos, a contemplar sus verdaderas apariencias e incluso a escuchar sus voces, entrando así en contradicción con la sorpresa que genera la revelación original de estos seres en las Crónicas. Es el típico detalle molesto tan habitual en las precuelas y que puede dejarse un lado sin dificultad. Como ya he comentado, el libro tiene otros problemas mucho más severos.

En la vertiente más positiva, El Código y la Medida explora un concepto muy llamativo: el uso de la magia a través de la música. De esta forma, aporta ciertos datos sobre los modos de los antiguos bardos (un tipo de personaje no especialmente frecuente en la Dragonlance) y los efectos místicos de su música. Tantos Vertumnus como Mara se pasan buena parte del libro tocando la flauta y generando efectos mágicos con sus melodías. Esto no deja de ser una curiosidad, pero despertaré el gusanillo de los jugadores de Dragones y Mazmorras.

Sin duda lo más positivo del libro es la visión que aporta de Sturm como un hombre trágico, encadenado desde su niñez a un destino no especialmente agradable. En algunos momentos, sólo durante unos pocos, se atisba cómo sería el muchacho si no estuviese comprometido con su herencia y olvidase su deseo de entrar en la Orden. En dichos momentos parece un personaje muy distinto; uno capaz de ser libre, de disfrutar de la vida y de superar su pasado. Incluso parece un personaje con cierta vis cómica, capaz de burlarse de sus propias desventuras. Pero esos momentos son breves y cuando pasan quedan el mismo Sturm taciturno y retraído de las Crónicas, el que antepone el honor de un padre al que apenas conoció a su propia vida y el legado de una Orden que no tiene ningún interés en él a su propia felicidad  personal. Tan convencido está de la bondad y la valía de sus ideales que no se da cuenta de que le separan del resto del mundo. No los cuestiona ni reflexiona sobre el Código y la Medida a los que hace referencia el título, sino que simplemente los acepta porque es su deber como ha sido el deber de su familia durante generaciones. Por todo esto, Sturm Brightblade es un prisionero de sus propias creencias y vive toda su vida coartado por ellas, desde el momento en que se separa de su padre siendo un crío hasta su enfrentamiento final en la Torre del Sumo Sacerdote con la Señora de los Dragones Azules en el segundo volumen de las Crónicas.

Cuando empecé a leer estos libros hace muchos años el adjetivo que más asociada con Sturm era soso o aburrido, pero después de la reflexión que me ha invitado a hacer esta entrega de Los Compañeros de la Dragonalnce me parece más adecuado considerarlo triste o desdichado. Quizá consagrar tu vida a unos ideales elevados pueda considerarse un acto heroico, pero sobre todo es algo triste: al fin al cabo, el héroe siempre sacrifica su propia felicidad para estar a la altura de sus creencias.

Con esto podemos cerrar el comentario sobre El Código y la Medida, un libro con varias ideas interesantes pero un desarrollo irregular, más próximo al nivel de Qualinost que al de El Incorregible Tas o el de Kitiara Uth Matar, entregas mucho más disfrutables. El siguiente libro de la lista se titula Pedernal y Acero, penúltimo volumen de Los Compañeros de la Dragonlance, y se centra en el apasionado pero tumultuoso romance entre Tanis y Kitiara, una pareja tan atractiva como conflictiva. El título viene a ofrecer una buena metáfora sobre la relación entre ambos, ya que al igual que saltan chispas al golpear el pedernal o el acero de un yesquero, otro tanto ocurre cuando chocan dos temperamentos tan opuestos como el de estos dos personajes.

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