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[Documentales] Planeta Tierra II: las historias que más importan


Como aficionado a los documentales sobre naturaleza, recibí el anuncio de Planeta Tierra II como si fuese poco menos que la segunda venida de Cristo... y no era para menos. La primera entrega de Planeta Tierra, serie documental de la BBC estrenada hace ya diez años, sigue siendo a día de hoy uno de los grandes referentes dentro de la divulgación acerca del mundo natural. Tal y como esperaba, su continuación ha vuelto a elevar el listón, marcando un nuevo hito con el que tendrán que medirse los documentales del futuro. Planeta Tierra II cuenta con algunas de las imágenes más asombrosas, espectaculares y emocionantes que he tenido el placer de ver durante este 2016 que toca a su fin. De hecho, me aventuraría a decir que ha sido el mejor producto audiovisual que nos ha ofrecido este año.

Quizá esto suene exagerado, pero no necesito ser un experto en fotografía o cinematografía para reconocer que las imágenes que consiguieron capturar los equipos de la BBC durante el rodaje de esta serie documental están a años luz de cualquier otra cosa que haya podido disfrutar en cine o televisión. A lo largo del año he podido ver muchas películas y series de ficción que alardeaban de su espectacular acabado visual o de su carga dramática, pero ninguna de ellas puede competir con la espectacularidad de la propia naturaleza y con el drama desatado de la vida salvaje. La lucha por la supervivencia lleva produciéndose desde que el mundo es mundo y cualquiera debería sentirse humilde ante la magnitud de los logros que ha conseguido la vida en nuestro mundo. Ante ellos cualquier historia de ficción que nos podamos imaginar palidece y resulta carente de significado, pues no son más que mero entretenimiento. La vida en cambio es real y nunca deberíamos insensibilizarnos ante las historias que nos cuenta; historias producto del azar, sustentadas en millones de años de evolución y en las que todo es materia de vida o muerte; historias, en definitiva, tan reales y auténticas como el mundo en el que vivimos. Esta autenticidad desgarradora es la principal baza de Planeta Tierra II, que nos convierte en observadores privilegiados y nos regala imágenes conmovedoras y bellísimas con la esperanza de que sintamos esa chispa de humildad que nuestras vidas acomodadas en el interior de nuestras ciudades nos hace olvidar con tanta frecuencia.

Algo que me alegra decir acerca de Planeta Tierra II es que deja que su mensaje hable por sí mismo sin necesidad de insistir demasiado. Los responsables de la serie son conscientes de la potencia de las imágenes que tienen entre manos, así que no las manipulan demasiado. El espectador aficionado a los documentales podrá identificar los típicos trucos de montaje para generar ilusión de continuidad entre tomas que quizá se han registrado con días de diferencia, pero más allá de eso la serie deja que las imágenes hablen por sí mismas. De hecho, la voz del narrador se escucha lo mínimo posible para no restar protagonismo a las imágenes. Su labor sólo consiste en ofrecer la información necesaria para contextualizar cada escena e ir conectándola con el tema de cada capítulo. Como mucho, la voz remarcar las ideas que las escenas ya han expresado con total claridad en formato visual. Mostrar directamente en lugar de explicar no sólo me parece más efectivo, sino que hace que todo sea más dinámico y accesible, sin necesidad de atosigar al espectador ocasional que no tenga un interés especial en las clasificaciones científicas o en los conceptos biológicos más complejos. También hace que las conclusiones sean más devastadoras, desde luego, ya que expresar con palabras que un ecosistema está en peligro no tiene ni por asomo el mismo impacto que mostrar imágenes de ese mismo ecosistema (y sus habitantes) muriendo a consecuencia de la acción del hombre. Un consejo: si eres de lágrima fácil asegúrate de tener un pañuelo a mano cuando vayas a ver Planeta Tierra II.


La voz del narrador que he mencionado antes es, obviamente, la del incombustible David Attenborough, toda una leyenda de la divulgación científica. En ese sentido siempre será recomendable acercarse a estos documentales en su versión original, para disfrutar de la voz pausada, apasionada y melosa de Attenborough. Como todo buen divulgador, el naturalista británico es también un excelente narrador, capaz de hipnotizar al espectador y sumergirlo por completo en lo que aparece en su pantalla. Quizá sea su convicción la que le permita conectar tanto con el público, ya que Attenborough lleva desde finales de la década de los 70 participando en documentales cuyo objetivo último es concienciar acerca de la importancia de la conservación del mundo natural. Este hombre venerable, que tiene ya noventa años, ha dedicado casi toda su vida a difundir un mensaje de admiración y respeto por la naturaleza, por lo que no me cabe duda de que se cree todas y cada una de las palabras que ha locutado por mucho que formen parte de un guión. Por tanto, cuando la voz de Attenborough habla sobre la tragedia que supone la pérdida de biodiversidad, la tristeza y el sentimiento de pérdida que percibe el espectador son dolorosamente reales.

Pero Planeta Tierra II no es tanto un lamento por la naturaleza amenazada como una celebración de esa misma naturaleza. La intención de concienciar siempre está presente, pero en segundo plano. Creo que los productores han sabido manejar con destreza este aspecto, pues los mensajes que buscan concienciar funcionan mucho mejor cuando son sutiles y asaltan al espectador por sorpresa que cuando se presentan de forma descarada o evidente. Por eso los episodios de la serie nunca empiezan advirtiendo sobre las amenazas que se ciernen sobre un ecosistema concreto o sobre los peligros del calentamiento global, sino deleitándose en el puro y simple sentido de la maravilla que se experimenta contemplando la vida salvaje inmersa en su hábitat. Sólo cuando el espectador ha empezado a dejarse llevar por las imágenes y ha sido capturado emocionalmente por el drama de las criaturas que se muestran es cuando se ofrece el mensaje ecologista. En resumidas cuentas, la serie primero hace que disfrutes adentrándote en la vida de los seres más coloridos, extraños o peculiares que te puedas imaginar para luego, una vez que los has conocido y has establecido una cierta conexión con ellos, golpearte con la dura realidad de que todo eso que acabas de observar está siendo amenazado.

Me resulta difícil creer que una persona, por difícil que le resulte sentirse conectada a la naturaleza, sea incapaz de emocionarse con estos documentales. La serie captura tu atención porque te ofrece algo curioso, algo vistoso o algo fuera de lo común. Entonces te va atrapando lentamente en su red y te suelta su mensaje justo cuando más predispuesto estás a escucharlo y más susceptible eres a su impacto. Obviamente, un único documental no es suficiente para que cambie tu actitud respecto al mundo o para modificar tus hábitos de consumo, pero si el mensaje logra calar un poco en ti quizá empieces a tenerlo más presente en el futuro. Eso por sí mismo ya podría considerarse un pequeño triunfo para un sencillo documental.


En cualquier caso, dejando a un lado sus intenciones trascendentes, podríamos valorar Planeta Tierra II sólo por las imágenes que contiene y bastarían para considerarlo una obra maestra. Quizá hayas visto el famoso vídeo de la cría de iguana escapando de las serpientes en la playa, ya que se hizo viral en las redes sociales no hace mucho. Pues bien, se trata de un pequeño fragmento del primer episodio y muchas de las secuencias de los siguientes capítulos son aún más increíbles. De hecho, creo que algunas de las secuencias que se muestran nunca antes habían sido registradas en vídeo. Más de una vez me he preguntando cómo es posible que hayan conseguido esas tomas, pero no hay ningún secreto misterioso aparte de la experiencia y la paciencia de los documentalistas, el uso de la tecnología más moderna y un poco de suerte. Algunas de esas escenas han supuesto un derroche de recursos considerable para ser grabadas, pero otras han sido producto del simple azar. Es lo bonito que tiene la naturaleza, que es imprevisible.

Los espectadores curiosos que al igual que yo se han quedado con dudas acerca de cómo fue el proceso de grabación cuentan con un interesante añadido al final de cada capítulo en la forma de unos breves diarios de rodaje. A mí me han resultado especialmente iluminadores por acercarme al trabajo de campo de los documentalistas, por lo general bastante tedioso y lleno de incomodidades (cuando no directamente peligroso). Los cámaras de Planeta Tierra II las pasaron canutas grabando la serie y comparten algunas experiencias que van desde lo gracioso (en una ocasión decidieron construir su tienda en el lugar en el que los pingüinos de la zona solían defecar) hasta lo admirable (en otro momento tuvieron que mantener el tipo frente a las imparables lluvias amazónicas para no perder la oportunidad de registrar en vídeo a una nueva especie de delfín de agua dulce recién descubierta). Supongo que hay que estar hecho de una pasta especial o al menos creer mucho en tu labor para pasarse un par de semanas recorriendo senderos olvidados de la mano de Dios en un remoto confín del mundo sólo por grabar unos cuantos minutos en vídeo. Ahora bien, doy fe de que esos minutos bien han merecido el esfuerzo invertido en ellos.


Cada uno de los seis episodios se centra en un bioma distinto: islas, montañas, selvas, desiertos, praderas y entorno urbano. Los cinco primeros son más o menos convencionales al retratar entornos conocidos, al menos si sueles ver documentales de este tipo. Siempre aportan algún detalle fascinante, como unas cuantas tomas de una especie poco común o de un comportamiento que no suele registrarse, pero se mueven dentro de unas fronteras que han sido transitadas muchas veces. Es el sexto y último episodio el que me parece más atrevido, ya que se centra en las especies que se han adaptado a compartir el entorno urbano con el ser humano. Algunos de los casos que presenta me resultaban familiares, pero otros han sido todo un hallazgo para mí. El crecimiento de la población de halcones entre los rascacielos de Nueva York o la relación entre los habitantes de cierta región de Etiopía con las hienas moteadas son ejemplos realmente sorprendentes, pero creo que nada supera a la experiencia de ver cazar a un leopardo en plena ciudad de Bombay, en la India, a escasos metros de la zona habitada por las personas. Los documentales sobre animales salvajes en entorno urbano no son frecuentes (sólo me viene a la cabeza una vieja serie documental de Televisión Española titulada Fauna Callejera) y quizá eso pruebe que probablemente estemos menospreciando el efecto que tienen nuestras ciudades sobre la fauna. En efecto, muchas criaturas están viendo cómo el crecimiento de las ciudades les roba cada vez más territorio, pero unas pocas han conseguido adaptarse y medrar en este hábitat peculiar. Cómo afectará este hecho a su evolución futura es una cuestión que merecería ser explorada más adelante.

Es una pena que estas cuestiones no resulten interesantes para el grueso de la sociedad, tan embelesada con sus películas y series de ficción y con tanta dificultad por sentir pasión hacia cualquier cosa que tenga una mínima intención educativa o instructiva. Me entristece pensar que ese vídeo viral de la iguana y las serpientes que mencioné antes ha sido la única ración de documental de naturaleza que ha consumido mucha gente durante este 2016. ¿Tú lo has visto? Si no lo has hecho, te invito a que lo busques. Si ya lo has hecho y aún no te has lanzado a ver el resto de Planeta Tierra II, no sé a qué estás esperando. Hay un buen montón de escenas fabulosas esperándote. No has visto a la rana macho enfrentándose a las avispas para proteger a sus huevos ni a las leonas hambrientas tratando de cazar a una jirafa. Tampoco has visto al perezoso atravesando a nado la distancia entre dos islas para buscar pareja ni a los siluros aprendiendo a cazar palomas en las orillas del río. Esas son las historias que más importan, las historias más auténticas, las que transcurren a nuestro alrededor, en nuestro propio mundo... aunque no nos interesen o no les prestemos atención porque no son más que aburridos documentales sobre animales.

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